La historia paranormal del «vendedor fantasma» de la feria La Salada
Las historias paranormales en muchas ocasiones atraen la atención de quienes creen y en los que no también. Hoy queremos contarles una historia paranormal ocurrida hace 20 años en la feria La Salada con un «vendedor fantasma».
Corina González Martín es una empleada del complejo ferial La Salada, quien contó una historia paranormal que le ocurrió en el lugar. Su historia participó y ganó en un concurso, y a raíz de eso, se viralizó en redes sociales.
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El concurso fue organizado por Dogma Argentina – Investigación Paranormal, es un importante grupo de investigadores paranormales, que se dedica a ayudar a personas con este tipo de experiencias. En ese contexto, el grupo investigativo realizó un concurso para que sus miles de seguidores pudieran contar sus experiencias paranormales.
Una experiencia paranormal en La Salada
Corina relató una historia escalofriante ocurrida hace aproximadamente 20 años en la feria ubicada en la localidad de Ingeniero Budge, en Lomas de Zamora. La mujer era empleada de un puesto de hierro y alambre de la feria.
Un día, al finalizar la jornada, envió a su compañera a otro de los puestos mientras ella se disponía a cerrar la caja y realizar el recuento de stock. Su tarea habitual. «Fue entonces que se me apareció caminando un hombre joven latino, parecía colombiano o venezolano por el acento», cuenta Corina.
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«Quería venderme unos aritos que hacía en el momento con alambres. En ese momento le digo que no, pero el hombre insistió con querer realizar los aritos, por lo que terminé diciéndole que sí».
El hombre, mientras comenzaba a sacar las herramientas de trabajo, le cuenta que el precio de los aritos sería de 1 peso. Corina contó que el hombre «hablaba hasta por los codos» y que le habló sobre los campos sensoriales, y le indicó que ella tenía «una energía super way».
En un momento, el artesano le dijo que ella era la reencarnación de María Magdalena, una distinguida discípula de Jesús de Nazaret, según la Biblia. A la mujer le acusó risa e intentó cambiar de tema, pero el vendedor insistía y seguía abarcando el tema de las comparaciones y reencarnaciones.
«No terminaba más los aritos y se me hacía eterno», pensaba Corina. «La seguridad del lugar pasaba y se reía al verme, y yo por dentro me preguntaba de qué se reían tanto, mientras el hombre continuaba su parloteo mientras elaboraba los aretes que me había dicho costaban un peso», destacó la vendedora.
El artesano, finalmente, terminó los dos aritos y se los entregó a Corina. Los accesorios representaban un sol y una luna, que posteriormente le explicó su significado, pero Corina mencionó no recordar los argumentos.
Al terminar, el supuesto extranjero le entregó dos aritos a la mujer que representan un sol y una luna, e inmediatamente comenzó a explicarle el motivo por el que decidió hacerle ese diseño. Sin embargo, Corina escribe en su relato que no recuerda esos argumentos.
Cuando su compañera de trabajo llegó, Corina le preguntó si había visto al hombre que acababa de irse. Para su sorpresa, su compañera le respondió que no, que no había visto a nadie allí. En ese momento, Corina consideró la posibilidad de que el vendedor de aritos se hubiera ido rápidamente y su compañera no lo hubiera cruzado.
Mientras tanto, ella comenzó a contarle todos los sucesos ocurridos durante su ausencia. Una vez concluidas las tareas de ese día, las trabajadoras cerraron el puesto y regresaron a sus hogares.
Al día siguiente, la mujer vio a dos de los guardias de seguridad que se habían reído de ella el día de los aritos. Con determinación, se acercó a ellos y educadamente les preguntó qué les resultaba tan gracioso.
Para su sorpresa, uno de los vigiladores le dijo que la vieron hablando sola y que por ese motivo comenzaron a reírse. «¿Cómo sola?», les preguntó Corina, y los efectivos le insistieron que en ese lugar, aquel día, no había nadie, y menos que estuviera vendiendo.
La mujer comenzó a analizar lo que le dijeron los vigiladores y su compañera, y cómo se desarrolló la secuencia del día anterior. Todo se había dado de una forma llamativa, ya que el vendedor fue directamente a su puesto y luego, al retirarse, se fue sin ofrecer sus artesanías en otros puestos.
De todas formas, y a pesar de que nadie más viera al extraño hombre, los aros aún siguen estando en la casa de Corina. Y no solo eso, sino también el pimpollo que le entregó al irse y que aún hoy se encuentra como recién cortado. Todo bien guardado en la caja que el sujeto le mencionó.