Fiorito, ciudad de Diego Maradona, otra vez es noticia en el mundo, pero esta vez por la pobreza que atraviesa su gente
Un domingo a la mañana, en Villa Fiorito, ese silencio dura apenas unos segundos: lo rompe el arrastre de una manta que se despliega sobre el asfalto. Sobre esa tela —siempre un poco gastada, siempre un poco improvisada— aparecen objetos que alguna vez fueron de alguien y que ahora esperan un nuevo dueño.
Es una postal conocida para cualquiera que viva en el conurbano. Pero esta vez, esa rutina barrial viajó más lejos: llegó a los estudios de Radio France Internationale, que decidió mirar de cerca lo que pasa en esta feria de unos dos kilómetros, plantada cada semana bajo la sombra de los murales de Maradona.
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La crónica francesa se detiene en los “rebusques” de la gente, esa palabra tan argentina que condensa creatividad, necesidad y una dosis de orgullo por sobrevivir al día a día. Allí conviven puestos con productos nuevos y los llamados manteros —a quienes el medio define como recicladores— que extienden en el piso lo que encontraron en la calle, recuperaron de la basura, recibieron de regalo o rescataron de sus propias casas. Es un ecosistema con su propia lógica, casi como un mercado paralelo donde el valor de las cosas se negocia entre miradas y conversaciones cortas.
Entre esas historias aparece la de Celeste, 24 años, madre de tres chicos. Su método es sencillo y agotador: “Desde que encuentro la basura, lo reciclado, en cualquier lado, lo lavo y lo traigo. Le pongo un precio, así, tres por dos mil, o cuanto me quiera dar”, contó a RFI. Su semana es una búsqueda constante; su domingo, una apuesta para que alcance “para un día, para la comida”.

A veces, dice, en una mañana junta 5.000 pesos. “Nada”, resume. Y del otro lado del océano, el medio francés traduce: tres dólares y medio. Mientras tanto, el alquiler de la vivienda que comparte con su pareja y sus hijos ronda los 200 dólares mensuales. Una ecuación que no necesita demasiada matemática para entender la tensión.
A partir de ahí, el artículo se abre como un mapa: suma la voz de un politólogo que vive en Fiorito, describe cómo la venta online se convirtió en una extensión de la feria y retoma un contraste que inquieta. Porque los datos duros —los que suelen aparecer en los informes y en las conferencias— muestran otra cara. En el último año y medio, la pobreza en Argentina bajó del 41,7% al 31,6%. La inflación, que superaba el 200% anual, se desaceleró hasta ubicarse cerca del 30%. La desocupación, por debajo del 8%. Una foto más ordenada, si se la mira desde arriba.
Pero lo que ocurre en Fiorito —y en tantos otros barrios— recuerda que un dato aislado nunca explica una vida entera. El artículo marca que la baja en los índices no necesariamente se traduce en alivio cotidiano. El aumento de los gastos fijos —servicios, transporte, alimentos— hace que cada ingreso parezca encogerse. Y entonces, como señala un informe reciente del INDEC, casi cuatro de cada diez hogares hoy sobreviven gracias a sus ahorros. En 2003, eran menos de dos de cada diez. Algo más del 14% recurre a préstamos, la cifra más alta desde 2019.
La feria de Fiorito, vista desde afuera, puede parecer apenas un mercado popular. Pero para quienes acomodan objetos sobre una manta, es algo más cercano a un sismógrafo social: marca, con crudeza, la distancia entre las estadísticas y la mesa familiar. Y mientras los murales de Maradona siguen allí, coloridos y firmes, las vidas que pasan frente a ellos siguen recordando una verdad simple: los números cuentan una parte de la historia; el resto se escucha en la calle.