Intento de robo frustrado: simularon comprar, lo amenazó con un arma, no pudieron llevarse nada y fueron detenidos
El silencio de la madrugada en Santa Catalina se rompió con un intento de robo armado tan meticuloso como audaz, pero frustrado. Eran las primeras horas del martes cuando tres personas —dos mujeres y un hombre— urdieron un plan para asaltar un local multirubro. La escena, propia de un relato urbano delictivo, quedó registrada en las cámaras de seguridad del comercio, como un testimonio visual de lo que pudo haber sido una tragedia.
La maniobra tenía su coreografía: una mujer permanecía en la esquina de Facundo Quiroga y la avenida General Giachino, frente a la garita policial, haciendo de “campana”, vigilando que ningún policía alterara sus movimientos. Mientras tanto, sus cómplices —la otra mujer y el hombre— se acercaron al local simulando ser clientes.
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“No compraron nada… simulaban para buscar la ocasión para sorprenderme con el arma”, narró Edgar, el dueño del local, en diálogo con Lomas Conectado. “Pero pude descifrar la situación y pude zafar”, agregó, aún con la tensión incrustada en la voz.
El momento de mayor tensión ocurrió cuando la mujer desenfundó un arma de fuego y amenazó a Edgar. “Abrime o te pego un tiro”, fue la amenaza seca y directa. Pero el comerciante, lejos de ceder al miedo, logró esquivar las amenazas y frustrar el robo, una decisión temeraria que evitó el desenlace violento que la escena prometía.

Poco después, personal policial localizó a los sospechosos en la plaza del Barrio Obrero, a unas pocas cuadras del lugar del hecho. Ya no tenían el arma consigo: la habían descartado en su huida, borrando parte del rastro que los vinculaba directamente con la tentativa.
El robo de tres sidras
No era la primera vez que ese local figuraba en las crónicas del delito. Meses atrás, una mujer había perpetrado un hurto casi silencioso, llevándose tres botellas de sidra mientras aprovechaba un descuido del comerciante. La secuencia también fue captada por las cámaras de seguridad: primero tantea otro paquete, luego repara en la caja de sidra, la arrima hacia la reja y empieza a extraer las botellas, una por una, con una calma que contrasta con la urgencia que suele acompañar al delito.
El local de Edgar, resistente y expuesto, parece haberse convertido en un blanco habitual, una postal de la inseguridad cotidiana que atraviesa la periferia urbana. En sus registros de video, la cámara no solo vigila: narra una historia que se repite con distintos rostros y el mismo telón de fondo. La vida de barrio, tan viva de día, se transforma por las noches en terreno de sombras.