Es víspera de Navidad. Nochebuena, para ser más exactos. Todavía no explotó el primer brindis, pero en los grupos de WhatsApp y Facebook ya circula la advertencia de todos los años: “Guarden a las mascotas. Cierren bien. Se vienen los fuegos artificiales”.
No es una consigna exagerada. Es memoria colectiva.
Porque aunque crecieron las campañas de concientización —impulsadas más por la gente de a pie que por políticas públicas sostenidas— la pirotecnia sigue ahí. Tal vez menos visible, tal vez más cuestionada, pero presente. Y alcanza con un solo estruendo para que todo lo demás se desordene.
Lo que les pasa a los perros (y no siempre vemos)
Para muchos animales, el ruido no es solo molesto: es incomprensible y aterrador.
El impacto más inmediato es el pánico. Temblores, jadeo, taquicardia, intentos desesperados de esconderse. El cuerpo entra en modo alerta máxima sin entender por qué.
Después viene la huida. Perros que saltan rejas, rompen puertas, muerden jaulas hasta lastimarse los dientes. No escapan “porque quieren”, escapan porque su instinto les dice que quedarse es peligroso. En ese estado, también pueden mostrarse agresivos de manera defensiva, incluso con personas conocidas.

Y hay un efecto menos visible pero más duradero: las fobias a largo plazo. La exposición repetida a fuegos artificiales puede generar miedo permanente a ruidos fuertes, tormentas o incluso a situaciones cotidianas. No es algo que se “les pasa solo”.
Por eso la prevención importa. Encerrar no es castigar: es cuidar. Un espacio cerrado, luces prendidas, música suave o ruido blanco pueden marcar la diferencia. Y nunca atarlos: el miedo con restricción física solo aumenta el riesgo de lesiones.
El impacto del ruido en personas autistas
Hay otra parte de la historia que muchas veces queda fuera de la conversación.
Para muchas personas dentro del espectro autista, la pirotecnia no es una molestia: es una agresión sensorial.
La hipersensibilidad auditiva hace que sonidos por encima de los 80 decibeles —frecuentes en fuegos artificiales— se perciban como dolor físico. El ruido no se filtra: invade. Abruma.

Eso puede derivar en crisis sensoriales: angustia intensa, llanto, gritos, desregulación emocional. No es un “capricho” ni una exageración. Es el sistema nervioso saturado.
En algunos casos, el impacto es más profundo: ansiedad persistente, estrés postraumático, malestar físico generalizado. La Navidad, que para muchos es celebración, para otros se convierte en una noche de resistencia.
Las recomendaciones existen y son simples: protectores auditivos o auriculares con cancelación de ruido, anticipar lo que va a pasar con apoyos visuales, cerrar ventanas, generar espacios seguros. Pero ninguna medida individual compensa del todo el estruendo externo.
La escena que se repite
En barrios del conurbano, la postal se repite cada año. Pasada la medianoche, los grupos barriales se llenan de publicaciones buscando perros perdidos. Fotos apuradas, mensajes desesperados, zonas, horarios. Historias que podrían haberse evitado con una puerta cerrada más, una chapita con un teléfono, un poco menos de ruido.
Una chapita no es un detalle menor. Es identidad. Es la diferencia entre “un perro encontrado” y “ese perro tiene alguien que lo está buscando”.
Una pregunta incómoda para cerrar
La recomendación general es clara: evitar el uso de pirotecnia para proteger a personas con hipersensibilidad, niños pequeños y mascotas. No es una postura extrema. Es una invitación a pensar en el otro.
Tal vez no podamos frenar la pirotecnia de un día para el otro. No todavía. La realidad muestra que, aunque se discuta y se cuestione, los fuegos artificiales siguen apareciendo cada fin de año. Pero eso no significa que estemos de manos atadas.

Hay gestos mínimos que sí están a nuestro alcance. Ponerle una chapita con un teléfono al perro. Revisar que el portón cierre bien. Guardarlo en una habitación segura antes de que empiecen los estruendos. Avisar a otros. Anticiparse. No elimina el problema, pero reduce el daño.
Porque lo que pasó en Nochebuena no fue una excepción. Es apenas el primer acto. En pocos días llega Año Nuevo y la escena, casi con seguridad, se va a repetir: ruidos, miedo, mascotas que huyen, familias buscando. La diferencia, esta vez, puede estar en haber hecho algo antes.
A veces cuidar no es hacer grandes campañas ni cambiar leyes. A veces es tan simple —y tan importante— como cerrar una puerta a tiempo.